Edición especial de Navidad
No es un artículo de finanzas, pero si decides leerlo, te recomiendo que lo hagas hasta el final
Hace unos días la luz de mi última abuela se apagó en mis brazos.
Mientras me despedía, me vino a la mente esta reflexión que te comparto hoy.
Nunca lo había pensado antes, pero nuestras vidas tienen muchos paralelismos con una vela.
Nuestros padres son esos primeros “cereros” que nos crean y nos dan forma
Ellos son los que encienden esa vela, la protegen en esos primeros momentos en que su llama es tenue, débil y en que cualquier ráfaga por leve que sea es una amenaza.
Sufren sus primeras quemaduras intentando protegernos, e incluso deciden qué lugar del mundo iluminemos.
Para muchos, encender esa llama y cuidarnos, les da un sentido a lo que queda de sus velas y descubren el amor infinito que se puede llegar a sentir por algo creado con nuestras manos.
Algunos se dan cuenta de lo frágiles que somos y deciden aislarnos, otros tienen una forma peculiar de cuidarnos, mirándonos desde lejos, como si no estuviesen pero siempre vigilantes y luego están aquellos que encuentran la distancia justa para sentir nuestro calor y dejarnos irradiarlo.
Como cualquier profesión, estos cereros los hay buenos, malos y regulares. También están aquellos que reciben el regalo de cuidar velas que nunca crearon y los que tienen en su candelabro siempre un espacio más para acoger a todas esas velas que buscan refugio.
Es cierto que nuestros padres no aprendieron el oficio en ningún colegio, academia o canal de Youtube, sino que tuvieron el ejemplo de sus creadores, quienes dedican sus últimas gotas de parafina en mostrarles el camino.
Su calor es distinto, su luz a veces más brillante, como esos rayos de sol del ocaso que quisieras que fueran eternos.
El cuerpo de sus velas tienen gotas de cera como marcas del paso del tiempo, pero también como resultado de la cantidad de horas de luz y calor que han dado a las noches más oscuras.
Bajo su luz y llama, nacieron decenas de otras velas y todas ellas llevan algo dentro de ellas que les recuerda.
Incluso cuando no están, su presencia siempre se queda.
Su recuerdo y la esperanza de verlos en una vida futura funciona como el oxígeno, no podemos tocarlo, pero es fundamental para que nuestra llama siga encendida.
Cada vela creada es distinta, aunque algunas parezcan idénticas.
Algunas pasan toda su existencia intentando ser una más, ahí tranquilas en medio de la multitud.
Otras no les gusta la compañía y les gusta conservar su espacio.
Otras ni aunque intenten ocultarse pasan desapercibidas.
Algunas parece que tienen la potencia calorífica del sol.
Otras aunque estén encendidas podrías tocarla sin sentir su calor
Algunas dejan huellas imborrables y son recordadas por todos, como ese cirio pascual que no deja indiferente a nadie.
Otras dejan quemaduras y nos recuerdan que hasta el calor necesario para vivir, en exceso es dañino.
Algunas velas nos recuerdan lugares y momentos; y aunque solo las veamos durante minutos de nuestra vida la recordaremos siempre
Otras ni siquiera supimos que estuvieron allí a nuestro lado
Algunas velas nunca se encienden y se desechan
Otras se apagan incluso cuando tenían bastante cera por dar
Algunas velas son creadas con imperfecciones, fallos, pero aún así logran dar una luz incomparable.
Otras a pesar de ser perfectas, solo viven encendidas para ellas o para quemar a los demás.
Algunas velas entregan su vida para proteger del viento a las demás
Otras se esconden o cambian su llama solo para sobrevivir un día más
Hablemos ahora de la luz que emiten.
Esa luz que, incluso en la inmensidad de un universo lleno de oscuridad, ha decidido encenderse en nuestro planeta.
Esa luz que nadie sabe cómo se encendió, por qué y que no sabemos si en otro rincón más allá se habrá encendido
Esa luz que es lo único que se enciende y se apaga. El oxígeno está ahí antes y los restos de cera queda después, solo la luz es temporal.
Esa luz que tiene oscilaciones. A veces brilla como lo hace cirio y otras es tan imperceptible que piensas que se ha apagado.
Esa luz que encuentran algunos, encienden y avivan; otros quitan su oxígeno
Esa luz a la que algunos renuncian pensando que quizás su calor y su brillo no son necesarios, o que el dolor para mantenerse encendida es demasiado.
Esa luz que aprende cuando necesita brillar y alumbrar a su alrededor, cuando compartir o dar un poco de sí para ayudar a los demás.
Esa luz que, aunque nazca de la misma reacción química, ninguna es igual a otra.
Esa luz que algunos no valoran porque piensan que siempre estará encendida, aunque la vela que la sostiene se esté consumiendo.
Esa luz a la que poco se le agradece hasta que nos falta
Esa luz que se ondea con el sonido de la música y de las artes, que se enciende con el oxígeno distinto de otras tierras, con la brisa de las otras llamas que nos rodean o con la sonrisa que se te queda con un "Papá/Mamá/Te quiero”
Nadie decide como será el molde de su vela, cuánto durará tu llama, pero tú puedes escoger con que velas te rodeas y si quieres encender la llama en los demás, o ser ese vendaval que arrasa por donde pasa.
Tú puedes decidir qué tipo de vela quieres ser y cómo quieres utilizar tu luz.
No te olvides de cuidar la calidad de tu llama, y disfrutar de cada gota que se derrama por tu cuerpo.
Es una marca del paso del tiempo pero también una lección, un recuerdo y una experiencia.
Disfruta del último destello de las velas que te encendieron.
Da las gracias por cada día que abres los ojos y sigues brillando tú y los tuyos.
Intenta ayudar aquellos que no tienen el mejor oxígeno para brillar y evita quemar a los demás.
Aprende a perdonar las quemaduras o la intensidad con que otros se acercan a ti.
No valores tanto la belleza de tu luz y de tu vela.
En San Pedro o en la Sagrada Familia toda luz parece bella.
Piensa que muchas velas artificiales se encienden con dinero, pero su brillo es temporal.
Cuando se acaba, necesitas más dinero para seguir encendida pero ni todo el dinero del mundo evitará que te termines apagando.
Hace unos días la vela de mi abuela se apagó en mis brazos.
Su luz había iluminado a 4 hijos, 7 nietos y un bisnieto durante 88 años, en medio de una isla que vive en apagón.
Nunca fue una vela perfecta, pero tampoco aparentó serlo. Con su luz fuerte, marcaba el carácter y los valores de toda una familia de velas repartidas por todo el mundo: desde Valencia a Cienfuegos, de Miami hasta New Jersey.
Los últimos dos años iluminó mi hogar, luego de un viaje que quizás otras velas no hubieran resistido, dándome alegría y sacándome siempre una sonrisa.
Su combustible era distinto, una mezcla de cerveza, ludopatía y una fe inquebrantable en un Dios que siempre le acompañó. También alentado en la llama de sus nietos y bisnietos que cada día con una llamada le devolvían las ganas de seguir iluminando.
Era una vela desgastada, pero tenía más luz que muchos con menos años encendidos.
Hace unos días, justo al atardecer su luz decidió irse con ese último rayo de sol que tanto disfrutaba.
Durante cinco minutos su luz se apagó y por más que mis intentos de que el calor humano de mi abrazo la despertase, parecía que el oxígeno se había acabado.
Su vela estaba ahí, pero su luz no.
Unos ángeles vestidos de blanco intentaban encenderla pero había poca mecha a la que aferrarse.
Aprendí a despedirme de alguien que me dio mucha luz en los momentos más oscuros de mi último año, y pensé como sería mi futuro sin ella.
Pero ella y su Dios tenían otros planes…
Hace unos días la luz de mi abuela se apagó para luego volver desde las tinieblas y regalarnos no sé cuántos días más de su luz.
Soy consciente que algún día se apagará, es ley de vida o de la “vela”. Incluso ya mentalmente me despedí e hice el duelo, pero su luz tiene otros planes y quizás me ha enseñado a valorar cada día que me regala.
Desde esa noche duermo a su lado, a una distancia prudente para no molestarla pero si para disfrutar cada momento, de cada despertar o ronquido.
Creerme que aunque las luces de la habitación se apaguen, la de ella compite con la de mi árbol de la navidad.
Quizás su luz es la que me inspira a escribir estas letras y a no rendirme.
Quizás su luz se ha quedado con nosotros para que su historia y las reflexiones que has leído hoy te ayuden, te transmitan calor y energía que necesites hoy.
Nunca había pensado que una vela encendida sería el mejor regalo de Navidad que podía tener, pero seguro mientras viva no lo olvidaré.
Me río y pienso en ese momento, en que su corazón se paró, pero su mente seguía funcionando.
La imagino diciendo.
Para apagarse siempre habrá tiempo, para brillar y brindar con los nuestros, solo tenemos hoy
Gracias Luis Ángel, muy bonito el mensaje....Descanse en paz....